abril 25, 2024

“Los franceses no están preparados para ver desaparecer a los carteros”

La investigadora del CNRS Muriel Le Roux, subdirectora del Instituto de Historia Moderna y Contemporánea, analiza el apego de la población a los servicios de las empresas, a pesar de su uso en declive.

La emoción provocada por la desaparición del sello rojo ilustra un vínculo aún muy fuerte entre los franceses y La Poste. ¿Cómo explicarlo?

Creo que esto viene de un apego al mundo rural, ya que las primeras rondas de carteros y el despliegue por todo el territorio de los buzones datan de 1829. Esto también hay que ligarlo a la creación del sello por parte de la Segunda República, que introdujo compensación, es decir, la posibilidad de enviar y recibir, por el mismo costo, una carta en todo el país. Un invento formidable y un instrumento de equidad, de unificación de territorios.

Podemos entonces entender que en el imaginario popular, republicano, La Poste, al igual que la educación gratuita y obligatoria, se hayan convertido a lo largo del tiempo en referentes que han activado el inconsciente. Tampoco debemos minimizar el impacto de los conflictos: durante la guerra [contre la Prusse] desde 1870, la Comuna [de Paris, en 1871]las dos guerras mundiales o la guerra de Argelia [1954-1962], la carta permitió a las familias mantener la coherencia, recibir apoyo emocional y moral.

Con el tiempo, los servicios prestados por La Poste –cartas, distribución de prensa, acceso al ahorro, acceso a cuentas corrientes postales, teléfonos, etc.– se han hecho evidentes, por tanto, como algo que debe ser garantizado por el Estado. De ahí una situación de apego a un pasado ya una especie de ideal.

¿Cómo ha sobrevivido este apego a las sucesivas reformas del estatuto de La Poste, una administración que pasó a ser una empresa pública y luego a una sociedad limitada, y el desarrollo de sus actividades?

La ley de 1990 que transformó la administración del PTT [Postes et télécommunications] en dos empresas, que ahora se han convertido en Orange y el grupo La Poste, impuso a este último una delegación de servicio público, que con los años se ha convertido en servicio universal. Por lo tanto, La Poste es una sociedad anónima desde 2010, paradójicamente.

Su capital, totalmente propiedad del Estado (la Caisse des dépôts y el Estado), autoriza la vigilancia, impuesta por el activo desde su evolución, y explica la continuidad del sentimiento de propiedad de los servicios prestados. Aunque, de forma completamente contradictoria, muy poca gente va a La Poste con regularidad.

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